Caminar varias cuadras, el doble o el triple de las que caminaría cuando me dirijo hacia algún lado quizás sea un intento económico de calmar este vacío en mi estómago. Digo económico porque el malestar que padezco no está generado por algo que comí, sino por dolor (es curioso cómo algo abstracto pueda manifestarse físicamente o todavía aún más raro, pueda manifestarse como un gusto amargo en la garganta)
El dolor llevó mi relato hacia otros rumbos y es por eso que lo corto ahora, porque sé que el dolor es la fuerza con más empuje de esta tierra. Algunos dicen que es el amor. Yo respondo “JA”. No hay que subestimar al dolor. Créanme. Es lo más fuerte que nos pasa y, es lo que le da más fuerza a todas las cosas de la vida. ¿Qué sería del amor sin el dolor?
Ven lo que les digo, cuando aclaraba que intentaba cortar con mi narración sobre el dolor, este me empujó de vuelta hacia sus dominios. Es muy difícil escapar. Sin embargo, esta vez lo haré.
¿A qué me refería con un intento más económico? Estaba diciendo que quizás, caminando, pueda despejar mi mente y alejarme de la angustia; y de esta manera ahorrarme un costo mayor, ya que si permito que se apodere de mí por un tiempo prolongado, estoy a la merced de mi propia ira, lo cual puede ser nefasto para cualquiera que se me cruce o lo que es peor, para mi mismo.
Es por todas estas diversas cosas que camino. Quedarme sentado en mi casa no va a despejar mi mente ni me va a poner frente a un pobre gil para que lo desfigure a golpes. Tampoco me va a enfrentar a una tentadora vía que espera un justiciero tren.
Así que lo doy por hecho. Saldré a caminar sin rumbo. Sin que me importe el horario de salida o de llegada. Voy a salir. Tengo que salir. Me voy a caminar. Caminaré. Pero tengo que hacerlo y solo lo digo. Es más, cuantas más veces lo pienso, más imposible resulta que sea factible. Así es, algo tan boludo como decidirse a caminar, en este estado de dolor me resulta tan imposible como mi inmortalidad. Estoy clavado en mi mismo y cada pensamiento que intenta desclavarme de mi dolor, me clava más.
La sensación se vuelve intolerable. La situación está decidida en estancarme eternamente. Es como que existiese una fuerza superior (aún superior a mí) que juega desde arriba (o algún otro lado) conmigo para que siga así por algún desgraciado motivo. Para esta fuerza, que yo alcance la tranquilidad, no tendría propósito, pero tampoco que acabe con mi miseria de un tiro en la cabeza. Por algún descabellado motivo, esta cosa superior se regocija con mi pesar.
Pasan los minutos o las horas, y en cada recuento mental de mi malestar, me desquicia notar que un estado de ánimo es más fuerte que yo. Yo soy más débil que un estado de ánimo. Yo, con piernas y brazos me dejo abatir por algo intangible. ¿Tan débil soy? ¿Debo conformarme con pertenecer a un grupo, la raza humana, y que todos tienen también forma corpórea y de igual forma se dejan abatir por el dolor? ¿O quizás deba hasta alegrarme de tolerar un poco más el dolor que otros de mi especie? Creo que no. Nunca quise que me cataloguen en un grupo. Ni siquiera en el de la raza humana, porque yo soy yo. No soy uno más. Estoy yo y el resto del mundo. Quiero destacarme. Y que mejor que siendo el único que pueda abatir los dolores del corazón o el gusto amargo en la garganta por alguna mala pasada de la vida. No me gustaría destacarme siendo el mejor escritor o el mejor guitarrista, porque seguiría sintiendo dolor. Y quizás peor. ¿Saben que frustrante sería para mí ser el mejor guitarrista del mundo y seguir sufriendo dolor? Porque sé que es así. Seguiría sintiendo dolor. Y no lo toleraría, porque ahora que soy un guitarrista mediocre sufro, y qué sentido tendría escaparle a la mediocridad en una disciplina y seguir sufriendo.
Vuelvo hablar de mí, pero esta vez, bien. Aunque en mi estado de amargura y sufrimiento, poco me importa lo que ustedes piensen de mí; quiero aclarar eso que dije y puede llegar a ser mal interpretado sobre “yo y el mundo”. No soy un tipo egoísta. Pero me considero más importante que todos. Porque si yo no estuviera, no estarían ustedes. Estoy convencido que si mis ojos no miraran, ustedes no estaría para ser mirados. Y si yo no supiera lo que están haciendo, no harían nada. Pero lo más importante, si yo no estaría para notar que ustedes son, ustedes no serían. Pero, esta sensación tiene una falla; No puedo cerrar los ojos y hacer desaparecer mi entorno. No puedo desaparecerme a mi mismo. La omnipotencia que todos tenemos dentro no podemos utilizarla cuando queremos. La omnipotencia nos maneja a nosotros. Lo único que podemos hacer es cerrar los ojos e imaginarnos que el mundo, lo veamos o no, es una mierda; y aquí termino con mi relato, porque como todos sabemos, que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración.